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Hace mucho tiempo, en un reino lejano, la primavera llegó temprano y con ella, una flor muy peculiar. Era una flor humilde y pequeña, que crecía en los campos y praderas del reino. Esta flor era conocida como el diente de león, también llamada Taraxacum officinale.

A pesar de su modestia, el diente de león era muy especial, ya que sus pétalos dorados y suave plumaje eran capaces de volar con el viento y difundir sus semillas a lugares lejanos. Esta habilidad le permitió al diente de león expandirse por todo el reino y crecer en lugares donde otras plantas no podían sobrevivir.

Un día, el rey del reino decidió convocar a todas las flores del reino a una gran competencia para encontrar a la más hermosa. Las flores se prepararon para la competencia, arreglando sus pétalos y perfumándose para impresionar al rey y a los demás jueces.

Pero el humilde diente de león se sintió triste y desanimado. Él sabía que nunca podría ganar una competencia de belleza, ya que no era tan grande ni tan colorido como otras flores del reino.

Sin embargo, en lugar de desanimarse, el diente de león decidió hacer algo diferente. Se concentró en su habilidad especial de volar y llevar sus semillas a lugares lejanos. Con la ayuda del viento, voló por todo el reino, sembrando sus semillas en cada rincón y en cada rastrojo.

Finalmente, llegó el día de la competencia y todas las flores se reunieron en el jardín del palacio real. El rey examinó cuidadosamente cada flor, admirando sus colores y fragancias. Pero cuando llegó el turno del diente de león, no pudo encontrar nada en él que lo hiciera destacar. Sin embargo, justo en ese momento, el viento comenzó a soplar y los suaves plumajes del diente de león volaron por el aire, llevando sus semillas a lugares lejanos.

El rey quedó maravillado al ver la habilidad única del diente de león y decidió honrarlo por su modestia y su humildad. Desde entonces, el diente de león fue considerado una de las flores más especiales del reino y se convirtió en un símbolo de humildad y perseverancia.

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