EL BOSQUE ESTÁ GANANDO TERRENO

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¿Es una buena noticia la expansión del bosque en los parques nacionales?

Parque Nacional Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, en Lleida. Shutterstock / Ivanfaurephotographer

Aitor Ameztegui, Universitat de Lleida y Lluís Coll, Universitat de Lleida

A pesar de que tendemos a ver los espacios protegidos, y en concreto los parques nacionales, como áreas prístinas, sin apenas influencia humana, lo cierto es que no han sido ajenos a los cambios socieoconómicos de su entorno.

En un reciente estudio, hemos evaluado los cambios en la superficie forestal de los tres principales parques nacionales de montaña en el norte de España: Picos de Europa, Ordesa y Monte Perdido, y Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.

Hemos podido comprobar que, al igual que ocurre en otras zonas de montaña, el bosque está ganando terreno, sobre todo frente a los pastos de alta montaña, que tanta importancia ambiental y socioeconómica tienen.

La expansión del bosque

Hace ya unos años, en 2009, la Comisión Europea elaboró una encuesta a más de 11 000 ciudadanos de los 27 países de la UE para valorar la importancia que daban a los bosques, y cuál pensaban que era su estado de conservación.

Los resultados fueron muy claros: dos de cada tres europeos consideraban que la superficie forestal de su país se reducía. En el caso de España, esta cifra superaba el 70 %. Sin embargo, las evidencias nos muestran de manera clara lo contrario: cada vez tenemos más bosque.

Pero no sólo es mayor la superficie forestal, sino que además los bosques españoles se han densificado, es decir, que cada vez tienen más vegetación, más árboles y arbustos.

Como ejemplo, los bosques de Cataluña son hoy un 24 % más densos que en 1990 y la biomasa forestal –la masa de todos los árboles y arbustos presentes en el bosque– ha aumentado un 73 % en los últimos 25 años, según datos del Inventario Forestal Nacional. Y lo mismo podríamos decir del resto de regiones españolas y de la mayor parte del sur de Europa.

¿Por qué crecen los bosques?

Aun reconociendo el importante papel que tuvieron las repoblaciones del pasado siglo en la recuperación del bosque en áreas desprovistas de vegetación, la principal razón de esta expansión de la superficie forestal la encontramos en los cambios socioeconómicos que se produjeron en España a partir de los años 50.

Las zonas de montaña, que hasta ese momento habían subsistido como comunidades prácticamente autosuficientes, vieron cómo la mejora del acceso a las ciudades y los cambios en el modelo productivo las convertían en poco eficientes.

Numerosos habitantes emigraron hacia las ciudades, buscando mejores oportunidades vitales y comenzando el proceso que llevó a lo que hoy conocemos como la España vaciada. Como consecuencia, numerosos pastos y campos de cultivo se abandonaron. La trashumancia, que en su día fue el principal moldeador del paisaje español, se redujo a la mínima expresión.

El bosque no tardó en ocupar el espacio que una vez le correspondió. En la actualidad, muchas zonas históricamente ocupadas por cultivos, terrazas o zonas de arbolado disperso se encuentran llenas de árboles.

Consecuencias de la expansión forestal

El hecho de que cada vez haya más bosque no es intrínsecamente bueno, ni malo. Pero lógicamente, tiene consecuencias. Una mayor superficie forestal supone más árboles creciendo y, por tanto, una mayor provisión de los bienes y servicios que proveen a la sociedad (productos como la madera o las setas, fijación del suelo o captura de carbono, entre otros).

Sin embargo, esta expansión también supone un mayor riesgo de incendios extremos. La alta acumulación de vegetación ejerce de combustible. La elevada continuidad, tanto horizontal, con cientos de hectáreas ininterrumpidas de bosque, como vertical, con numerosos arbustos y vegetación baja, contribuye a que el fuego avance y pase desde el suelo a las copas de los árboles, volviéndolo virtualmente imparable.

Además, aunque el bosque ayuda a prevenir la erosión y a mitigar el impacto de las lluvias torrenciales, los árboles necesitan agua para crecer. Ya se están apreciando descensos en el caudal de algunos ríos asociados a un mayor consumo de agua por parte de los bosques.

Los efectos de la expansión del bosque sobre la biodiversidad son menos claros, y dependen en buena medida de las especies que consideremos. Las especies que necesitan ambientes cerrados, con mucha vegetación, se están viendo favorecidas. Sin embargo, las especies propias de espacios abiertos o que necesitan claros y discontinuidades en el paisaje (para encontrar alimento, para reproducirse) se ven perjudicadas.

El reciente informe Estado de la naturaleza en Cataluña ha observado declives en las poblaciones de aves y mariposas propias de estos ambientes del 14 % y 57 %, respectivamente.

Cambios en el paisaje de los parques nacionales

Como consecuencia del avance del bosque, el paisaje se vuelve más homogéneo, menos variado, y eso tiene consecuencias para la biodiversidad y el funcionamiento de los espacios protegidos de montaña.

La simplificación del paisaje limita el desarrollo de especies características de zonas de transición –lo que se conoce como ecotonos– y de zonas abiertas, como la perdiz pardilla, aunque favorece a especies típicas de bosques maduros como el picamaderos negro.

Pero más allá de los efectos en la biodiversidad, las montañas pueden considerarse sistemas socioecológicos complejos, que no pueden entenderse sin la larga historia de interacción entre los elementos naturales y la actividad humana. Los cambios en su configuración paisajística pueden afectar no sólo a la biodiversidad, sino también a los importantes servicios ecosistémicos que prestan a las zonas circundantes y a las comunidades que viven en su entorno.

Estos impactos pueden ser positivos o negativos según el contexto local, y existe un debate científico en curso sobre si la expansión del bosque en estas áreas debe controlarse mediante una gestión activa o, por el contrario, debe dejarse que el proceso de revegetación siga contribuyendo a la naturalización del paisaje, con todas sus luces y sus sombras.

En cualquier caso, no podemos ignorar los cambios que se están produciendo. Si queremos proteger los espacios naturales y los valores que albergan, debemos considerar las consecuencias que las decisiones que tomemos –incluso si decidimos no hacer nada– tendrán en el paisaje de estas zonas y en los propios valores que queremos preservar.

Aitor Ameztegui, Investigador y docente en la Universitat de Lleida y la JRU CTFC-Agrotecnio, Universitat de Lleida y Lluís Coll, Profesor del Departamento de Ingeniería Agroforestal de la Universitat de Lleida , Universitat de Lleida

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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