Jardines Terapéuticos: Infraestructura de lo Invisible, Arquitectura del Cuidado

Por Los Árboles Mágicos/Oscar M. Gaitán; Ginkgo Landscape/Rosa Mª Ceño Elie-Joseph
I. INTRODUCCIÓN: EL JARDÍN COMO RESPUESTA
Vivimos en ciudades que aún se piensan desde la eficiencia, no desde la salud. El urbanismo moderno ha sido eficaz en movilizar flujos, canalizar ríos, disipar residuos y encerrar el ocio. Pero ha fracasado, rotundamente, en alojar el alma. Las personas enferman más por las condiciones del entorno que por las disfunciones internas. Y sin embargo, seguimos sin prescribir lo obvio: naturaleza.
El jardín terapéutico no es una moda de la arquitectura biofílica, sino un retorno a la sensatez. Es la reintroducción planificada de la salud emocional, física y mental en la trama urbana. En términos de infraestructura verde, es un nodo esencial de la red de resiliencia urbana, conforme a los principios de la EEIVCRE (Orden PCM/735/2021, art. 15.1 y 15.2) y al Reglamento Europeo de Restauración de la Naturaleza (2024/…), donde se reconoce su papel como herramienta para restaurar al menos el 20% de las superficies urbanas degradas.
Pero no nos confundamos: esto no va de jardinería. Esto va de cuidado. Y el cuidado necesita espacio, tiempo y vegetación.

II. FUNDAMENTOS TERAPÉUTICOS: CIENCIA, EXPERIENCIA Y EMPATÍA
Los jardines terapéuticos están respaldados por una robusta evidencia científica. Estudios recientes, muchos de ellos recogidos en la Guía de Infraestructura Verde Municipal (FEMP, 2022), demuestran cómo la exposición regular a espacios verdes mejora funciones cognitivas, reduce la ansiedad, acelera la recuperación posoperatoria y disminuye los niveles de cortisol.
Pero más allá de la bioquímica del bienestar, estos jardines activan el vínculo. Son espacios en los que lo sensorial se convierte en lenguaje. Donde el tacto de una hoja o el zumbido de una abeja sustituyen el silencio de las palabras que no se pueden pronunciar.
Esto es esencial en colectivos vulnerables: personas con autismo, deterioro cognitivo, soledad no deseada, trastornos de salud mental, convalecencias prolongadas. Para ellos, el jardín es un lugar de comunicación alternativa, un entorno últimamente justo.
III. DISEÑO PARA LA DIVERSIDAD: UN LENGUAJE COMUNITARIO
Diseñar un jardín terapéutico no es replicar una estética suiza ni plantar especies nativas al azar. Es construir un relato multisensorial y participativo. Esto implica:
- Zonificación emocional: Espacios para el reposo, la contemplación, la estimulación cognitiva o el juego.
- Inclusión funcional: Accesibilidad universal no solo para personas con movilidad reducida, sino para niños, mayores, neurodivergentes, personas ciegas o con síndromes mentales.
- Biodiversidad planificada: Uso de especies con atributos terapéuticos (aromas, texturas, coloraciones estacionales, presencia faunística).
- Elementos activos: Caminos sensoriales, fuentes, bancos ergonómicos, estructuras de sombra, huertos.
En este sentido, la norma CAAE para jardines y espacios ecológicos (2018) aporta principios técnicos y éticos indispensables para garantizar que el jardín sea ecológico no solo por su diseño, sino por su mantenimiento.
Podemos citar dos tipos de terapia:
la jardinera, que contempla actividades que interactúan con la jardinería y la naturaleza, y la hortícola, más centrada en la siembra y cuidado de especies vegetales propias de los huertos.
Ambos son procesos activos que pueden incluir la siembra, el riego, la poda, y la observación y el cuidado de las plantas, y cuyos efectos a nivel interno son beneficiosos para la salud.
Cuando observamos los tiempos de crecimiento de las plantas, entendemos que nuestra sanación puede ser lenta, como los ritmos de la naturaleza. Y descubrimos un proceso de plantación, maduración y reproducción con el que podemos sentirnos identificados en nuestra propia existencia.

IV. JARDINES COMO INFRAESTRUCTURA PÚBLICA DE LA SALUD
Un error clásico de la planificación urbana ha sido segregar el cuidado en centros sanitarios, desposeyendo al espacio común de su función terapéutica. Pero si la salud se define como un estado de bienestar, entonces los jardines terapéuticos deben ser considerados infraestructura de salud de primer orden.
- Pueden integrarse en centros de salud, hospitales, centros de día, escuelas, residencias, pero también en barrios vulnerables, donde la exposición al verdor es diferencialmente menor.
- Su financiamiento puede articularse vía presupuestos de sanidad pública (como reconoce la FEMP en su Guía), y mediante fondos europeos para la restauración urbana.
Este enfoque se alinea con los ODS (especialmente el 3, 10, 11 y 15), con la Agenda Urbana Española, y con la última actualización del Convenio Europeo del Paisaje (2008), que reconoce el valor sanitario y cultural del paisaje cotidiano.
V. CONTRA LA TIRANÍA DEL ASFALTO: EL JARDÍN COMO ACTO POLÍTICO
El jardín terapéutico no es inocente. Cuestiona frontalmente el modelo de ciudad basado en la rentabilidad del suelo. Instala el cuidado como criterio de ordenación. Coloca la fragilidad como valor de diseño.
Cuando defendemos jardines terapéuticos, estamos diciendo que la ciudad también es un cuerpo, que necesita órganos verdes, venas azules, espacios de respiración. Que el urbanismo no puede seguir siendo una patóloga del alma colectiva.
Pero más allá de la bioquímica del bienestar, estos jardines activan el vínculo: una conexión profunda y restaurativa entre la persona, el territorio y la comunidad, que devuelve sentido al lugar y al cuerpo. Este vínculo se fortalece a través de una gobernanza compartida, donde las alianzas intersectoriales juegan un papel clave. Así, la planificación y gestión de jardines terapéuticos debe articularse mediante la colaboración activa entre departamentos públicos de urbanismo, medio ambiente, servicios sociales, sanidad, parques y jardines, y actores privados como aseguradoras, empresas, asociaciones vecinales, urbanizaciones y centros educativos.

VI. CONCLUSIÓN: DE LA CLOROFILA A LA CURA
Un jardín terapéutico no salva vidas como un quirófano, pero previene enfermedades, reduce sufrimientos, construye comunidad. No es un lujo, es una necesidad estructural. Y es, ante todo, un acto de justicia espacial.
En una época en la que los sistemas sanitarios colapsan y las enfermedades invisibles se multiplican, reivindicamos al jardín como medicina lenta. Como arquitectura del alma. Como la infraestructura de lo invisible.
Es hora de que la planificación urbana y sanitaria se abracen bajo la sombra de un roble. Y que en los presupuestos, entre quirófanos y vacunas, aparezca por fin una palabra nueva y antigua: jardín.